Gárgolas insomnes

Septiembre 26 de 2006

-Lobo, ¿estás allí? -preguntó ella.

-No te vas a morir -contestó él-. Ahora pensaba en ti.

A través de la ventana cerrada con las cortinas abiertas, la intensa luz del plenilunio inundaba la recámara en donde, minutos antes, el autor culpaba de sus obsesiones insomnes a los mosquitos y trataba de matarlos a oscuras, sin lograr más que golpearse las mejillas y la frente a manotazos. ¡Plaf! ¡Plaf! ¡Pinches moscos de mierda! ¡Ya me tienen hasta la madre! Además, los alrededores de la cama olían a telarañas y polvo acumulado quizás durante meses, quizás incluso años, pero la fuerza fisica no era suficiente para ponerse a limpiar en ese instante, ni el deseo de hacer nada, nada más que seguir sudando bajo el peso de las cobijas en compañía femenina, joven y bella. o sea, nada más lejano a la realidad, o sea, la cotidiana soledad que algunas noches hace crisis.

-¿Y por qué no te duermes?

-Porque pienso en ti, ya te lo dije.

-Yo creo que más bien piensas en mí cuando te atosigan los zancudos.

-Así es; pienso en ti para eludir el rencor que me invade cuando recuerdo a la gente que si acaso puede hacer algo bueno en la vida es morirse...

-¡No empieces otra vez con eso, por favor!

La intolerancia del autor prefería en ese momento el silencio de las cuatro de la madrugada, según el horario de verano, a la estación de radio que solía escuchar porque no había otra opción y no por gusto ni porque realmente le sirviera para algo, digamos, para algo más que hacer corajes.

El cuerpo a veces no se pone de acuerdo con la mente o viceversa, y si el cansancio no le permite al cuerpo hacer ejercicio una noche, la mente no duerme y, en consecuencia, el cuerpo no descansa y tampoco la mente... Y así, pues, las contradicciones forman una espiral que llega a durar más de ocho años, como era el caso del autor, que se había levantado cuatro horas después de lidiar con el insomnio y la estupidez humana a escribir su odio, su amargura, su resentimiento, su frustración.

-¿Y tú por qué estás despierta?

-Porque tomé demasiado café y aquí está haciendo mucho frío y abrí la botella de vino que me regalaste y prendí el incienso que me regalaste y empecé a leer el libro que me regalaste y, como no dejo de pensar en ti, mejor te escribo.

-Gracias, compañera, y salud... Ya me comí los chocolates que me diste; acabé con ellos hace rato.

-Eres un glotón.

-Sufro de anciedades y me atraganto de chocolates en la madrugada.

-Ya no tomas vino, ¿verdad?

-Ya no.

-¿Café tampoco?

-Tampoco.

-¿Y no ves televisión?

-No.

Lo que parecía ser el llanto de un bebé en algún lugar cercano terminó rebelándose como un maullido felino en pleno coito, y el autor se asustó un poco, pero volvió inmediatamente a su estado normal. Los gatos fornican en noches de plenilunio, recordó. Y esa noche estaban bastante activos.

-En Chiapas eran esos desgraciados los que no me dejaban dormir; en Oaxaca eran los zanates y aquí son los mosquitos. Me tomé un somnífero a las doce porque no dejaba de bostezar y pensé que por fin dormiría de noche, pero heme aquí, escribiéndote cuatro horas después.

-Y culpando a otros animales de tus propios delirios.

-Así es, mi querida flor, y te dejo porque voy de regreso a la cama, a ver si puedo soñar contigo.

-Adiós, querido lobo, que duermas chido y sueñes conmigo, a ver si volvemos a coincidir.

-Un beso, chao.

-¡Muac!

Clic.

[] Iván Rincón 2:29 AM

Septiembre 17 de 2006

"¿Vienes del infierno?", me preguntó un facineroso, al parecer incómodo porque yo caminaba un paso atrás de él. "No tengo ni puta idea de que madres me hables", respondí con un gesto, esforzándome por ser antipático. Era media noche y el facineroso estaba evidentemente drogado, quizás con cocaína o algún derivado, y se puso a la defensiva (por no decir paranoico, como suele ocurrir con los cocainómanos), al sentir mis pasos detrás de los suyos, antes de que cada quien siguiera su propio rumbo. "¿Vienes del infierno?" Vaya idea. "Todavía estoy allí", pude haber contestado. "Si, carnal, de allí vengo, pero no me dejaron entrar", pude contestar también. Ni hablar. Tengo que preparar estas y otras posibles respuestas para cuando alguien me pregunte lo mismo, si es que eso vuelve a ocurrir alguna vez en mi vida.

[] Iván Rincón 1:23 AM

Agosto 3 de 2006

Llegué al parque donde hago ejercicio todas las noches, y un chavo que se prostituye vestido de mujer en la avenida caminaba hacia mí, echando cacayacas. Detrás suyo estaba un taxi estacionado en doble fila con las luces prendidas. Me dirigí a las barras para que nuestra indiferencia hasta entonces mutua siguiera siéndolo, pero la vestida tomó la misma dirección. "¿Tienes un cigarro que me regales?", preguntó a mis espaldas. "No tengo", respondí sin mirarlo. "¡Ese pinche viejo!", espetó.

-¿Cuál viejo?

-Ese viejo del taxi, manito, nomás me manoseó y todavía quería más por veinte pesos, ¿tú crees?, ¡pinche prángana, muerto de hambre!, ya está bien anciano, hasta nietos tiene y ahí anda de caliente el cochino, además está borrachísimo, apesta a puro alcohol... por eso, que le quito las llaves, "y hazle como quieras", le digo, pero se las devolví pa' que se fuera, "lárgate, ándale, pinche muerto de hambre", y todavía me amenaza, "no quiero volver a verte por aquí", me dice, "pobre de ti si te encuentro", ¡ah, chingá!, ¿y a ti qué te importa?, pinche viejo depravado, míralo, ahí viene otra vez el idiota, pero no se detiene porque me ve platicando contigo, como que te tiene miedo, ojalá se lo madrearan, yo sí le sorrajo la cara de un madrazo, le echo a la patrulla, ¡a los judiciales!, esos son más cabrones, antes nomás nos chingaban, a cada rato había razzias, nos madreaban, nos quitaban el dinero y, si protestábamos, al bote íbamos a parar, pero ahora tenemos a los derechos humanos que nos defienden, y la policía se va sobre los clientes... Bueno, manito, ya me voy para que hagas tu ejercicio. Mejor te dejo porque si no... ¡ay!, ¡no se te va una!, ¿verdad? ¡Adiós!

-Hasta luego.

[] Iván Rincón 4:45 AM